Estaba decepcionada de que mi abuelo solo me dejara una vieja apicultura, hasta que miré dentro de las colmenas

Mi abuelo fallecido, el hombre que contaba historias sobre un tesoro enterrado y me prometía el mundo, me había dejado la mayor decepción: una polvorienta y vieja apicultura.

¿Quién le deja a su nieta un cobertizo lleno de insectos?

Este cruel legado fue una bofetada en la cara, hasta el día en que miré dentro de las colmenas.

Era una mañana normal.

Mi tía Daphne me miraba por encima de sus gafas hacia el desorden en mi cama.

„Robyn, ¿ya has hecho tu maleta?“

„Le estoy enviando un mensaje a Chloe“, gemí mientras escondía mi móvil.

„¡Ya casi es hora de que pase el autobús!

¡Prepárate!“ dijo la tía Daphne mientras metía libros en mi mochila.

Miré el reloj. 7:58 a.m.

„Ugh, está bien“, suspiré y me levanté de la cama.

Ella me tendió una camisa, planchada y lista.

„Esto no es lo que tu abuelo quería para ti, ¿sabes?

Él creía que serías fuerte e independiente.

¿Y las colmenas que te dejó?

No se van a cuidar solas.“

Recordé los tiempos con el abuelo, la miel, las abejas.

Pero ahora pensaba en el próximo baile escolar y en mi enamoramiento, Scott.

„Las revisaré, tal vez mañana“, dije mientras arreglaba mi cabello.

„Para ti, el mañana nunca llega.

El abuelo creía en ti, Robyn.

Quería que te encargaras de la apicultura“, insistió.

„Escucha, tía Daphne“, dije con brusquedad.

„Tengo mejores cosas que hacer que cuidar las abejas del abuelo“.

Vi cómo el rostro de la tía Daphne se retorcía y las lágrimas asomaban a sus ojos.

Pero el autobús escolar tocó la bocina en ese preciso momento y salí corriendo, sin prestar atención a su triste expresión.

En el autobús, mis pensamientos giraban en torno a Scott, no a la apicultura que heredé de mi abuelo Archie.

„¿Quién quiere una apicultura?“, pensé, molesta por la responsabilidad.

Pero al día siguiente, la tía Daphne volvió a mencionarlo.

Me regañó por descuidar mis deberes y pasar demasiado tiempo en mi móvil.

„Estás castigada“, declaró de repente, y entonces finalmente aparté la vista de mi teléfono.

„¿Castigada?

¿Por qué?“, protesté.

„Por descuidar tus responsabilidades“, respondió, mencionando la apicultura abandonada.

„¿La apicultura?

¿Esa inútil granja de abejas?“, me burlé.

„Se trata de responsabilidad, Robyn.

Es lo que el abuelo quería para ti“, dijo la tía Daphne, con la voz cargada de emoción.

„Escucha, tía Daphne“, protesté, „¡me da miedo que me piquen!“.

„Llevarás equipo de protección“, replicó.

„Un poco de miedo es normal, pero no puedes dejar que te detenga.“

A regañadientes, me dirigí a la apicultura.

A medida que me acercaba a la colmena, estaba tanto asustada como curiosa.

Con pesados guantes, abrí la colmena y comencé a cosechar miel, con el corazón acelerado.

De repente, una abeja picó mi guante.

Estuve a punto de rendirme, pero un destello de determinación me invadió.

Tenía que terminarlo.

Tenía que demostrarle a la tía Daphne que no era la adolescente irresponsable de 14 años que ella creía que era.

Mientras cosechaba la miel, descubrí una bolsa de plástico envejecida dentro de la colmena, que contenía un mapa descolorido con extrañas marcas.

Parecía un mapa del tesoro que el abuelo Archie había dejado.

Emocionada, metí el mapa en mi bolsillo y regresé a casa.

Dejé el tarro de miel a medio llenar en la encimera de la cocina y salí sigilosamente para seguir el mapa hacia el bosque.

Mientras atravesaba el bosque familiar, recordé las historias del abuelo y me reí de sus aventuras.

Cuando llegué a un claro que parecía sacado directamente de las historias del abuelo, no pude evitar temblar.

Este era exactamente el lugar donde él contaba sobre el legendario Caminante Blanco del bosque, que alimentaba mi imaginación cuando era niña.

Y ahí estaba, tal como en sus historias: la vieja casa del guardabosques, olvidada por el tiempo, con su pintura descascarada y el porche hundido.

„El abuelo siempre nos sentaba aquí después de recolectar miel para comer sándwiches y pasteles mientras contaba sus increíbles historias“, pensé, mientras una nostalgia agridulce me invadía.

Al tocar el viejo arbolito cerca del porche, casi podía escuchar la advertencia juguetona del abuelo: „Cuidado, pequeña.

No vayamos a molestar a los enanos gruñones“, como si estuviéramos de vuelta en esas despreocupadas tardes.

Encontré una vieja llave oculta y abrí la cabaña, entrando en un mundo que el tiempo había olvidado.

El aire estaba pesado con un olor a humedad y las partículas de polvo brillaban en la tenue luz del sol.

Allí, sobre una polvorienta mesa, me llamó la atención una hermosa caja metálica tallada.

Dentro había una carta del abuelo, solo para mí:

„Para mi querida Robyn, en esta caja hay un tesoro especial para ti, pero solo debe abrirse cuando tu viaje haya terminado de verdad.

Sabrás cuándo es el momento adecuado.

Con todo mi amor, Abuelo“.

Estaba emocionada por lo que podría haber dentro, pero la última instrucción del abuelo resonaba en mi cabeza: „Solo al final de tu viaje“.

No podía ignorar su último deseo.

Continué mi camino por el bosque, pero después de un rato, me sentí perdida.

„Este mapa no sirve“, constaté, mientras no encontraba una salida del bosque.

No sabía cuándo había empezado a llorar.

Pero entonces recordé algo importante.

„El abuelo siempre decía que debía mantener la calma“, me dije a mí misma.

„No puedo rendirme.“

Entonces escuché un ruido, como el crujir de una pequeña rama en la distancia, y me recordó las historias espeluznantes de mi infancia.

„Quizás la tía Daphne tenía razón al advertirme“, pensé, mirando alrededor en el inmenso bosque.

Pero el pensamiento en el consejo del abuelo me dio el valor suficiente para seguir adelante, y me guió a través de la envolvente naturaleza salvaje.

Tomé una respiración profunda, nerviosa, y traté de pensar con claridad.

Volver sobre mis pasos parecía una buena idea, pero sería difícil orientarme en el bosque si oscurecía.

Había un puente que el abuelo mencionaba siempre… tal vez eso ayudaría, pensé.

Me limpié una lágrima y ajusté mi mochila.

„Bien, Robyn“, me susurré.

„Vamos a encontrar ese puente.“

Pero esa confianza no duró mucho.

El sol se ponía y el bosque se volvía amenazante.

Exhausta, me dejé caer bajo un árbol, añorando la acogedora cocina de la tía Daphne.

Mi mochila no ofrecía consuelo, solo recuerdos de mi falta de preparación.

Desesperada, busqué comida, pero solo encontré algunas migas viejas de galletas.

„Concéntrate, Robyn.

Encuentra el puente.

Encuentra agua“, me dije, ignorando el hambre.

Luego, recordando nuevamente el consejo del abuelo, utilicé hierbas curativas para mis heridas y seguí adelante, impulsada por el sonido del agua que corría.

Pero el río no era el suave arroyo que recordaba; era una corriente peligrosa y rápida.

A pesar del camino traicionero, bajé por la ladera rocosa, impulsada por una sed desesperada.

Al llegar al agua, me arrodillé y recogí el líquido fresco con las manos.

Sabía ligeramente a metal, pero en ese momento era néctar vital.

Cuando me levanté, me traicionó mi inestable equilibrio.

Resbalé y caí en la corriente helada, gritando por ayuda.

Mi mochila me arrastraba hacia abajo.

„Abuelo“, susurré sin fuerzas.

El pensamiento en él trajo un destello de claridad a través del pánico.

Él no habría querido que me rindiera.

Me había enseñado a luchar, a ser valiente.

Decidí deshacerme de la mochila, pero mantuve la caja metálica del abuelo.

Luchando contra la corriente, traté de llegar a la orilla, decidida a no rendirme.

Mis dedos rozaron un sólido tronco de árbol, un salvavidas en medio del caótico torrente.

Me aferré con todas mis fuerzas, mientras la corriente me azotaba como una muñeca de trapo.

Finalmente, la corriente me arrastró, tosiendo y sangrando, hasta la orilla fangosa.

Me quité la ropa mojada y la colgué en un árbol para que se secara.

Luego, me envolví en hojas para mantenerme caliente mientras esperaba la salida del sol.

Sentía que mi cuerpo temblaba, pero estaba demasiado agotada para moverme.

Dormí, abrazando la caja del abuelo.

Al amanecer, escuché un ruido familiar: el zumbido de las abejas.

Abrí los ojos y vi un rayo de luz iluminando una colmena salvaje cerca del río.

Sentí una extraña conexión con ellas.

Me levanté y me acerqué a la colmena, recordando el propósito de mi viaje y las enseñanzas del abuelo.

El sonido de las abejas me trajo recuerdos de cosechar miel juntos.

No podía rendirme todavía.

Pensé en la caja metálica.

Sin la mochila, no había comida, pero recordé que el abuelo había dicho que la caja contenía un tesoro.

Dudé, pero mi estómago rugió, haciéndome reconsiderar.

La abrí lentamente, esperando encontrar una respuesta, pero todo lo que encontré fue una pequeña botella de miel y una carta.

La carta decía: „Robyn, sabía que tendrías hambre.

Esta miel es para darte fuerzas cuando más lo necesites.

Pero recuerda, la verdadera fuerza no viene de la miel, sino de tu corazón.

Estoy contigo siempre.

Con amor, Abuelo“.

Las lágrimas brotaron de mis ojos mientras comía la miel, su dulce sabor impregnando cada parte de mí.

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