Clara, curiosa y llena de vida, se adelantó dando saltitos, su risa sonando como pequeñas campanas.
Sin embargo, mientras Vivian la veía entrar al patio, una extraña inquietud se apoderó de ella, una sensación que no podía sacudirse.

Al otro lado del patio, otra niña caminaba junto a una mujer, charlando alegremente.
Vivian se quedó helada.
La pequeña era idéntica a Clara.
El mismo cabello castaño, los mismos ojos verdes y vivaces, el mismo hoyuelo travieso en la comisura de su sonrisa.
Desde la distancia, parecía que el mundo había puesto un espejo frente a su hija.
Los ojos de Clara se abrieron de asombro.
Se soltó de la mano de su madre y corrió hacia la otra niña.
—¡Mamá, mira! ¿Quién es ella? —exclamó Clara.
Las dos niñas se quedaron frente a frente, riendo espontáneamente como si se conocieran de toda la vida.
Se tomaron de las manos, giraron, y comenzaron a hacerse preguntas rápidas, compartiendo secretos que solo las niñas de seis años pueden inventar.
Vivian intercambió una mirada perpleja con la mujer que acompañaba a la otra niña.
Ella parecía igual de atónita.
La maestra, observando desde cerca, sonrió con complicidad.
—Si me dijeran que son gemelas, lo creería sin dudar —murmuró.
Aun cuando el patio resonaba con risas alegres, un nudo de preocupación se mantenía en el pecho de Vivian.
Esa noche, durante la cena, Clara hablaba emocionada de su nueva amiga, una niña que se parecía exactamente a ella.
Vivian sonrió ante la inocencia del momento, pero la visión de la mañana seguía rondando en su mente, insistente, inquietante.
Un pensamiento atrevido se formó en su interior, uno que apenas se atrevía a susurrar.
¿Y si hubo un error?
Días después, se encontró de nuevo con la mujer fuera de la escuela.
Durante un café, la charla trivial dio paso lentamente a una pregunta difícil.
Finalmente, Vivian preguntó, con la voz temblorosa:
—¿Has pensado en hacerles una prueba de ADN a las niñas?
La mujer, Livia, parpadeó, sorprendida por un instante.
Una sombra de duda cruzó su rostro, y asintió lentamente.
—Hagámosla… solo para estar seguras —dijo.
Unos días de ansiedad más tarde, llegaron los resultados.
Ambas mujeres miraron el informe con incredulidad.
Clara y la hija de Livia, Elara, tenían una coincidencia genética del 99.9%.
No eran simples parecidas. Eran gemelas idénticas.
Las manos de Livia temblaban mientras susurraba:
—Esto no puede ser… yo solo tuve una hija. El doctor la sostuvo, yo estaba allí.
La mente de Vivian retrocedió seis años, al complicado parto por cesárea en el Hospital San Agustín de Lisboa.
Apenas había visto a su hija por un momento antes de perder el conocimiento.
Cuando despertó, una enfermera le entregó a Clara.
¿Cómo podía haber existido otra bebé?
Vivian buscó viejos registros, contactó a antiguas enfermeras y fue reconstruyendo fragmentos del pasado.
Aquel día, varios partos coincidieron.
El ala de maternidad estaba en caos, y parecía probable que dos recién nacidas hubieran sido cambiadas por error.
Mientras tanto, Clara y Elara se volvieron inseparables.
Compartían bancos, juguetes, incluso tareas; sus movimientos eran tan sincronizados que parecía que siempre hubiesen estado unidas.
Las maestras murmuraban entre sí, asombradas por cómo las niñas reflejaban los pensamientos y gestos de la otra.
Una tarde, Livia suspiró mientras veía a Elara jugar con Clara.
—Si el hospital cometió un error, ¿qué hacemos ahora? ¿A qué madre pertenece cada niña?
Vivian sintió un frío en el pecho.
—No importa lo que pase —dijo suavemente—, siempre será mi hija.
Juntas, las dos mujeres regresaron al Hospital San Agustín exigiendo ver los archivos originales.
Entre documentos amarillentos, la verdad comenzó a salir a la luz.
Ese día, una madre en estado crítico había dado a luz a gemelas.
Una de las bebés fue llevada de urgencia a una incubadora, y los papeles quedaron confusos e incompletos.
Una enfermera jubilada finalmente lo admitió, con la voz temblorosa y la mano cubriendo su boca:
—Hubo una confusión. Una de las bebés se fue a casa con la madre equivocada.
El impacto y el alivio se mezclaron en el pecho de Vivian.
El destino había jugado una mala pasada, pero ahora entendían.
Clara y Elara eran gemelas separadas al nacer, y, aun así, el amor les había dado una segunda oportunidad.
En casa, Vivian observó dormir a Clara, con un leve temor en el corazón.
Pero a la mañana siguiente, al ver reír juntas a las niñas en el patio, sintió una certeza profunda e inquebrantable.
—El amor no se divide, susurró. Se multiplica.
Las dos familias decidieron criar a las niñas juntas, compartiendo tanto la alegría como la responsabilidad.
Los fines de semana alternaban entre hogares.
Ya no había preguntas sobre quién pertenecía a quién; solo existían Clara y Elara, hermanas en todos los sentidos verdaderos.
Años después, cuando las gemelas conocieron toda la historia, abrazaron a Vivian y a Livia.
—Somos afortunadas —susurraron—. Tenemos dos madres que nos aman.
Las lágrimas de Vivian fluyeron libremente, mezcla de alivio y gratitud.
—La vida puede ser cruel —dijo suavemente—, pero el amor es más fuerte.
Y al ver las sonrisas de sus hijas, supo que todo había valido la pena.