Después de que un hombre falleció, el testamento que dejó llevó a sus dos hijas, Helen y Julia, a enfrentarse entre sí: una heredó la casa en la que crecieron, mientras que la otra solo recibió un plato sucio.
John era un padre orgulloso de sus dos hijas.
Helen, la mayor, era su orgullo, pero su hija menor, Julia, le recordaba mucho a su difunta esposa.
Esa similitud hizo que John prefiriera a Julia más, aunque amaba a ambas chicas.
Cuando nació Julia, Helen ya era adolescente.
John y su esposa habían casi perdido la esperanza de tener otro hijo, y la llegada de Julia se sentía como un milagro.
Este milagro llevó a que la colmaran de amor y atención extra, lo que hizo que Helen se sintiera descuidada y desplazada.
Cuando Helen cumplió 18 años, el destino le golpeó con fuerza.
Su madre falleció, y John se encontró solo a cargo de criar a ambas niñas.
Para salir adelante, le pidió a Helen que aceptara un trabajo como lavaplatos para contribuir a la economía familiar.
Helen se sintió frustrada y enojada, y rechazó la idea.
“¿Por qué tengo que trabajar? Todos los de mi edad van a la universidad”, protestó un día.
La respuesta de John fue estricta.
“Ahora tienes 18, Helen. Es hora de que aprendas a ser útil.”
“¿Útil para ti y para Julia, quieres decir?”, replicó Helen antes de marcharse furiosa.
Esta discusión se repitió una y otra vez, hasta que finalmente Helen aceptó tomar el trabajo.
Pero su resentimiento hacia Julia solo aumentó.
Mientras Helen tenía largas horas de trabajo, Julia, aún una adolescente despreocupada, pasaba sus días en fiestas.
Esto creó un abismo entre las hermanas que se hizo más profundo con el tiempo.
Mientras Helen ascendía de lavaplatos a asistente de cocina y finalmente a chef, maduró y dejó mucho de su envidia atrás.
Intentó guiar a Julia y la animó a ser más responsable y a pensar en su futuro.
Sin embargo, Julia desestimó sus consejos y solo veía en Helen a una hermana amargada y controladora.
Su padre, John, continuó mimando a Julia y brindando poco apoyo a Helen.
Luego, John falleció, y todo cambió.
Se leyó su testamento, y ambas hermanas quedaron en shock.
Julia recibió la casa familiar, mientras que Helen solo recibió un plato sucio.
Helen consideró impugnar el testamento, pero decidió no hacerlo, pensando que Julia necesitaba la casa más que ella.
En su lugar, Helen se acercó a su hermana con un consejo.
“Julia, deberías vender la casa y usar el dinero para estudiar.
Tienes la oportunidad de hacer algo con tu vida.”
Pero Julia no estaba interesada.
“¿Por qué siempre te metes? Papá me dejó la casa porque sabía que la merecía más que tú.
No necesito tu consejo.”
Helen se sintió herida, pero decidió dejar a Julia en paz.
Poco después, Julia vendió la casa y se mudó a un caro apartamento en la ciudad.
“Buena suerte, hermana”, susurró Helen al enterarse de la noticia.
Pasaron los meses, y Helen se enfocó en construir su propia vida.
Un día, mientras limpiaba su apartamento, encontró el plato que su padre le había dejado.
En lugar de tirarlo, lo lavó y lo colocó en una estantería, pensando en usarlo algún día.
Ese día llegó cuando organizó una pequeña fiesta para amigos.
Uno de sus invitados, un historiador, notó el plato y lo examinó más de cerca.
“¿De dónde lo sacaste?” preguntó, con voz llena de interés.
Helen explicó que era de su padre.
Los ojos del historiador se abrieron de par en par.
“No es un plato común.
Es un artefacto de la dinastía china y podría valer una fortuna.”
Al día siguiente, Helen llevó el plato a un anticuariado, que confirmó su valor: valía dos millones de dólares.
Helen vendió el plato a un coleccionista y usó el dinero para abrir su propio restaurante, que pronto prosperó.
Mientras tanto, la vida de Julia tomó otro giro.
Desperdició el dinero de la venta de la casa en fiestas y gastos innecesarios.
En pocos meses, se quedó sin dinero y se encontró viviendo en la calle.
Desesperada y hambrienta, Julia se dirigió a un restaurante conocido que ofrecía comidas para personas sin hogar.
Había oído que el propietario era especialmente amable y generoso, así que llegó temprano, esperando una comida.
Cuando llegó al frente de la fila, se quedó atónita al ver que la propietaria no era otra que su hermana Helen.
A pesar de todo, Helen recibió a Julia con los brazos abiertos, la llevó a casa, la cuidó e incluso le ofreció un trabajo en uno de sus restaurantes.
Julia aceptó la ayuda agradecida y nunca más miró a su hermana con desprecio.
Lecciones de esta historia:
– La pereza conduce a la caída: Julia fue mimada y nunca aprendió el valor del trabajo duro.
Después de que sus padres murieron, continuó con su estilo de vida despreocupado hasta que se le acabó el dinero y no tuvo nada.
– Sé receptivo a los consejos: Helen intentó ayudar a Julia y animarla a tomar mejores decisiones, pero la arrogancia de Julia le hizo ignorar a su hermana.
Cuando se dio cuenta de su error, ya era demasiado tarde.
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