La multitud se quedó quieta, esperando con tensión.
El director Filip Wladimirowitsch estaba en los escalones de la escuela, con una expresión petrificada y un paquete envuelto en tela oscura firmemente en sus manos.
Cuando lo abrió, todos se quedaron sin palabras: en sus manos había cintas de video con las grabaciones de las cámaras de seguridad.
„¿Pensaron que saldrían impunes?“ – su voz estaba llena de ira contenida.
„Se escondieron detrás de sus familias, de sus privilegios, pero la verdad siempre sale a la luz.“
Presionó el botón de reproducción. En la pantalla frente a la escuela, todos vieron la realidad: imágenes del sótano, grabadas por una cámara que nadie había notado.
Ya no quedaba duda: los culpables estaban allí, desenmascarados en todos los detalles.
Los habitantes de la ciudad, los padres, los maestros y los estudiantes, que hasta ayer habían intentado encontrar excusas para los graduados, ahora miraban en silencio la cruel verdad.
Alguien gritó. Los padres de los implicados retrocedieron aterrados, con sus rostros distorsionados por el miedo.
Uno se acercó al director, pero una voz desde la multitud lo detuvo:
„¡Que decida la ley!“
Filip Wladimirowitsch apretó los dientes.
„¿La ley? Estas personas se creían intocables durante años. Pero esta vez será diferente. Las grabaciones ya están con los investigadores.“
„Hoy serán arrestados.“ – Se dirigió a los padres de los culpables. – „¿Querían encubrir el caso? Inténtenlo ahora.“
Las detenciones se llevaron a cabo frente a los ojos de toda la ciudad. La policía, en posesión de pruebas irrefutables, ya no pudo cerrar los ojos.
Los chicos, que hasta hacía poco se sentían a salvo, ahora estaban esposados, buscando desesperadamente una salida. Pero ya no había ninguna.
Valeria Wasiljewna no estaba allí. Aún estaba en el hospital, recuperándose del trauma.
Pero cuando se enteró de la noticia, cerró los ojos y sintió – por primera vez en muchos días – que podía respirar un poco más libremente.
La ciudad cambió. Primero hubo silencio. Luego llegaron los susurros, los juicios, las conversaciones. La escuela comenzó un nuevo camino.
El director renunció después del caso, pero su nombre permaneció en la historia de la ciudad – como el de un hombre que tuvo el valor de decir la verdad hasta el final.
Valeria Wasiljewna nunca regresó al aula. Pero algunos años después, volvió a la ciudad – no como víctima, sino como alguien que había superado la pesadilla, encontrado sanación y comenzado a ayudar a otros a hacer lo mismo.
Y desde ese momento, la ciudad nunca volvió a ser la misma.