Dividido entre el amor y la lealtad, la decisión de Stefan redibujaría el futuro de su familia.
—No tengo hambre —respondió Gektor, sintiendo la presencia de Angela antes de que ella entrara en la cocina.

—Stefan, no tenemos todo el día —gritó ella, con los tacones resonando sobre el piso.
Sin mirar siquiera a Gektor, añadió: —Tenemos que irnos en una hora.
—Lo sé, Ange —dijo Stefan, con voz tranquila pero cansada.
Angela puso los ojos en blanco y salió de la habitación, ya con el teléfono en la mano.
Gektor suspiró y se volvió a sentar.
Stefan intentó aliviar la tensión.
—Está estresada, eso es todo —dijo, aunque parecía más una forma de convencerse a sí mismo.
La tensión aumentaba con el pasar del día.
Gektor sorprendió a Angela murmurando quejas sobre lo pequeña que era la casa, su estado… y sobre él.
Sus palabras ácidas lo herían, pero no dijo nada, refugiándose en el consuelo de sus recuerdos.
Por la noche, la frustración de Angela explotó.
—Stefan, tenemos que hablar —dijo con firmeza después de la cena.
Desaparecieron en su habitación, pero la discusión amortiguada continuó en el pasillo.
Gektor, yendo en busca de una manta, se detuvo al oír sus palabras.
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—Estoy harta, Stefan.
Este viejo tiene que irse.
Manda a tu padre a un asilo o me voy.
Ya pagué un lugar, solo tienes que llevarlo.
Gektor se detuvo, sintiendo un nudo en el pecho.
El peso de su petición era abrumador.
Volvió a su habitación, negándose a escuchar más.
A la mañana siguiente, Gektor estaba sentado a la mesa con una pequeña bolsa a su lado.
Cuando Stefan entró, con el rostro pálido y los ojos rojos, Gektor fue el primero en hablar.
—Está bien, hijo.
Lo entiendo.
—Pero… —empezó Stefan con voz temblorosa.
—No —dijo Gektor con firmeza.
—Tienes que vivir tu vida.
No dejes que yo te impida seguir adelante.
El silencio entre ellos era denso mientras Stefan conducía.
Gektor miraba por la ventana, sin saber a dónde iban, pero demasiado cansado para preguntar.
Finalmente, Stefan habló, con voz temblorosa.
—Papá, yo… ya no puedo más.
Llegaron al aeropuerto.
Gektor miró a su hijo, confundido.
—¿A dónde vamos? —preguntó, vacilante.
Los labios de Stefan se curvaron en una leve sonrisa.
—Vamos a visitar a Alex y a su familia.
Gektor frunció el ceño.
—Pero Angela…
—Le dije que hiciera su maleta —respondió Stefan, ahora con voz calmada.
—Encontrará mi carta cuando regrese.
Por un momento, Gektor no encontró palabras.
Buscó duda en el rostro de su hijo, pero solo halló determinación.
—¿Me defendiste? —murmuró.
—Tú me enseñaste a hacerlo —respondió Stefan.
—Nunca habría permitido que te tratara como si no valieras nada.
Tú eres importante para mí.
Para Alex.
Para todos nosotros.
Lágrimas se acumularon en los ojos de Gektor.
Puso una mano sobre el hombro de su hijo y murmuró:
—Gracias.
Cuando llegaron a casa de Alex, cerca de la playa, el calor familiar los envolvió.
Alex abrazó a su padre con una gran sonrisa, su risa resonando con fuerza.
—¡Ha pasado demasiado tiempo, papá!
—¡Abuelo! —gritaron los hijos de Alex, corriendo hacia Gektor.
Su alegría era contagiosa y, por primera vez en años, Gektor se sintió aliviado.
Esa noche, la familia se reunió en la playa bajo un cielo estrellado.
Gektor miraba cómo sus nietos jugaban en la orilla, mientras Alex y Stefan debatían la mejor manera de encender una fogata.
María, la esposa de Alex, se sentó junto a Gektor y le dijo:
—Has criado a dos hombres increíbles.
Deberías estar orgulloso.
—Lo estoy —respondió Gektor suavemente, con voz llena de emoción.
Mientras tanto, Angela regresaba a una casa vacía.
Sus tacones resonaban en el suelo de cerámica mientras dejaba su bolso.
—¿Stefan? —gritó, pero solo el silencio le respondió.
Sobre la encimera, había un sobre con su nombre.
Dentro, la carta de Stefan decía:
“No puedo vivir en una casa donde el respeto no es mutuo.
Mi padre no es una carga.
Es una bendición.
Si no puedes ver eso, entonces tú y yo no tenemos un futuro juntos.”
Angela rompió la carta, su rostro deformado por la ira.
—De verdad se fue.
Por él —murmuró.
Pero bajo su ira, había el amargo sabor del rechazo.
Stefan había elegido a su padre en lugar de ella.
Meses después, al regresar a casa, Gektor vio a Stefan colocando un cartel en el terreno.
“Bienvenidos a casa.
Solo para la familia,” decía.
Gektor sonrió, apoyándose en la barandilla del porche.
—Lo hiciste bien, hijo.
Tu madre estaría orgullosa.
—Aprendí de los mejores —respondió Stefan.
Gektor contempló el jardín tranquilo, sintiendo un profundo sentido de pertenencia.
Por primera vez en años, se sentía realmente en casa