Ludmila estaba completamente destrozada porque su esposo no había venido a buscarla al hospital materno.

Ludmila estaba completamente destrozada porque su esposo no había venido a buscarla al hospital materno junto con su recién nacida.

Ella le había avisado con antelación que ese día le darían de alta.

Qué incómodo había sido cuando el personal médico la acompañó hasta la salida y allí no la esperaba nadie.

Los padres de Ludmila no pudieron venir — vivían en otra provincia.

Y cuando vio cómo otra madre era recibida con flores, globos y mucho cariño por su pareja, su corazón se encogió de dolor.

Con apenas fuerzas para contener las lágrimas, pidió un taxi y se dirigió a casa.

En su mente rondaban las palabras que quería espetarle a ese hombre irresponsable e indiferente.

Quería creer que quizás se había quedado dormido o, en el peor de los casos, había bebido demasiado con sus amigos de felicidad.

Al menos habría sido una explicación…

Pero la realidad resultó mucho más cruda.

En la cuna donde iba a poner a su bebé, había una mujer desconocida, casi desnuda.

¿Así recibía ese joven padre a su familia en casa?

¿Así demostraba su amor por su esposa e hija?

Ludmila había creído todas sus mentiras: que estaba demasiado ocupado con el trabajo, que viajaba siempre en comisiones, que ayudaba a amigos que lo necesitaban.

Ahora todo era claro.

Sin pedir ninguna explicación, Ludmila salió corriendo.

Su esposo intentó detenerla, pero… es difícil perseguir a alguien sin pantalones.

Ella subió al taxi que apenas había arrancado y le dijo al chófer que empezara a conducir.

En el coche, las lágrimas comenzaron a brotar sin control.

El conductor no entendía nada y ni siquiera sabía a dónde llevarla.

Conducían sin rumbo.

Ludmila no tenía un plan.

Sus familiares y amigos estaban en otra ciudad, no tenía dinero, y su bebé empezaba a llorar también.

Ni siquiera sabía si podría pagar el viaje.

Cuando se calmó un poco, le contó al chófer todo lo sucedido.

Por fortuna, él resultó ser un hombre de gran corazón.

La invitó a su casa.

Allí, su esposa la recibió con amabilidad, le ofreció una cena caliente y le preparó una cama donde dormir junto a su hija.

La pareja le permitió quedarse unos días hasta que llegaron los padres de Ludmila y se llevaron a madre e hija a casa.

El esposo intentó reanudar el contacto.

La llamaba constantemente, pero Ludmila ya no le respondía.

Cambió su número de teléfono y no quería volver a verlo jamás.

Se mudó con sus padres y presentó inmediatamente la solicitud de divorcio y la petición de pensión alimenticia.

Nunca volvieron a reunirse.

Al hombre no le importaba ni su hija ni Ludmila.

Probablemente aún viva con su nueva “elegida”.

Pero Ludmila ya no llora.

Un traidor como él no merece ni una lágrima.

Si te ha gustado la historia, ¡no olvides compartirla con tus amigos!

¡Juntos podemos llevar adelante la emoción y la inspiración!

Mit deinen Freunden teilen