No toques a las personas mayores de cincuenta.

En serio.

No son solo otra generación — son verdaderos sobrevivientes.

Duros como el pan viejo, rápidos como las pantuflas de la abuela, lanzados con la precisión de un boomerang.

A los cinco años ya podían reconocer el humor de su madre con el sonido de la olla;

a los siete tenían llave de casa con instrucciones:

«La comida está en el refrigerador: caliéntala, pero no manches.»

A los nueve cocinaban borscht sin receta;

a los diez sabían cómo cerrar el agua y correr del perro del vecino con un balde en la cabeza.

Pasaban días enteros afuera — sin celular — con una ruta clara: barra para dominadas, río, regreso al anochecer,

las rodillas marcadas con cicatrices — un verdadero mapa de sus pequeñas batallas.

Y sobrevivieron.

Curaban los rasguños con saliva y llantén,

y si dolía, decían: «Mientras no se caiga, no es grave.»

Comían pan con azúcar, bebían del manguera del jardín —

un microbioma que cualquier yogur envidiaría —

y no conocían alergias.

Y si las tenían, no decían nada.

Conocen 15 trucos para quitar manchas de hierba, grasa, sangre o tinta,

porque siempre había que «verse presentable.»

Y eso no es todo.

Vivieron:

– Radios transistores,

– Televisión en blanco y negro,

– Tocadiscos y vinilos,

– Grabadoras y cintas,

– CDs y Discman,

y hoy llevan miles de canciones en el bolsillo…

pero extrañan el crujido de las cintas cuando las rebobinaban con un lápiz.

Con la licencia de conducir en mano cruzaron el país en autos viejos,

sin hoteles, sin aire acondicionado, sin GPS.

Solo con un atlas de carreteras y un sándwich de huevo en la guantera.

Y siempre llegaban,

sin Google Translate — pero con una sonrisa.

Son la última generación que vivió sin internet,

sin batería externa, sin pánico por quedarse sin carga.

Recuerdan el teléfono fijo en el pasillo,

los libros de recetas en cuadernos,

y los cumpleaños que anotaban… o se olvidaban.

Estas personas:

– reparan todo con cinta adhesiva, un clip o un alicate,

– tenían solo un canal de televisión y no se aburrían,

– «hojeaban» la guía telefónica, no un feed de noticias,

– creían que una llamada perdida significaba: «Estoy bien, te llamaré.»

Son diferentes.

Forjaron un sistema inmunológico como «asbesto emocional» en tiempos de escasez,

y reflejos de un ninja urbano.

No te metas con un cincuentón — ha visto más, ha vivido más profundo,

y lleva en el bolsillo un caramelo de menta más viejo que tu hijo.

Sobrevivió una infancia sin silla para niños, sin casco, sin protector solar.

Una escolaridad sin computadora.

Una juventud sin desplazamientos interminables.

No busca respuestas en Google — confía en su instinto.

Y tiene más recuerdos que tú fotos en la nube.

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