Y cuando descubrí por qué, me horroricé.
Invité a todos mis amigos más cercanos a mi cumpleaños… pero nadie vino.

Y cuando supe la razón, quedé devastada. 😢
Nunca imaginé que mi 35º cumpleaños se convertiría en el día más desgarrador de mi vida.
Normalmente no hacía mucho alboroto por los cumpleaños, pero este año anhelaba algo diferente — calidez, cercanía, conexión real.
Decidí organizar la celebración en casa.
Planeé todo yo misma: puse una mesa acogedora, preparé mis platos caseros favoritos e invité a los amigos que siempre habían estado conmigo — noches largas, tiempos difíciles y momentos inolvidables.
Habíamos quedado en encontrarnos a las seis.
Pasé todo el día preparando — compré los ingredientes más frescos, mariné la carne, hice sopa desde cero e incluso horneé un pastel.
Arreglé la mesa perfectamente: luz suave de velas, música suave de fondo, vasos pulidos, servilletas dobladas — cada detalle era perfecto.
Cuando se acercaba la hora, sentí ese cosquilleo de emoción — como si algo hermoso estuviera a punto de comenzar.
Pero entonces… nadie llegó.
Exactamente a las seis, estaba junto a la ventana, con la mirada recorriendo la calle silenciosa abajo.
Nada. Ninguna voz. Ningún coche llegando. Solo silencio.
“Simplemente llegan tarde,” me dije, sirviéndome una copa de vino para calmar los nervios.
Algunos de ellos eran conocidos por llegar tarde — era habitual.
Así que esperé.
Pasaron treinta minutos. Aún nadie.
La inquietud empezó a crecer, apretándome lentamente el pecho.
Revisé mi teléfono — ni llamadas perdidas ni mensajes nuevos.
Mandé un mensaje rápido al grupo:
“¿Dónde están?”
Pero la única respuesta fue el silencio.
Mis pensamientos comenzaron a girar.
“¿Se olvidaron?”
“¿Quizás me equivoqué de fecha?”
“¿Fue algo que dije… o que no dije?”
Cada sorbo de vino me dolía más en la garganta.
No podía tragar el nudo que se formó.
Intenté llamar — uno por uno.
Nadie contestó. Ni uno solo.
Pasó una hora. Luego otra.
Me senté a la mesa bellamente puesta, rodeada de comida intacta y velas titilando, mirando los platos vacíos como si ellos pudieran explicarme por qué estaba sola.
La música seguía sonando suavemente, pero ahora se sentía cruel — como si yo fuera la broma en una obra en la que no sabía que estaba.
A las diez, me levanté en silencio y empecé a recoger los platos, aferrándome a una pequeña esperanza de que la puerta se abriría de golpe y alguien gritaría, “¡Sorpresa! ¡Solo estábamos bromeando!”
Pero nadie vino.
Entonces, todo cambió.
Justo cuando me preparaba para acostarme, mi teléfono vibró — un mensaje de mi hermana:
“¿Viste las noticias? Lo siento mucho, no sabía cómo decírtelo… Hubo un accidente. Su coche… iban camino a tu casa.”
Me quedé paralizada. Mis manos se quedaron sin sensación. Abrí las noticias.
El primer titular que vi:
“Accidente en la autopista… tres muertos…”
La pantalla se volvió borrosa mientras mi corazón se hundía.
Eran ellos. Mis amigos. Los tres. En el mismo coche.
Realmente venían. No lo habían olvidado.
Esa noche no pude llorar.
Solo me quedé sentada en la oscuridad, escuchando el goteo constante del grifo de la cocina.
La copa de vino seguía intacta. Los platos permanecían sobre la mesa — como esperando a invitados que nunca llegarían.
Y yo… tan atrapada en mi propio dolor… nunca consideré que algo trágico podría haber pasado.
Pensé que me habían abandonado.
Pero la verdad era mucho, mucho peor.