Paul volvió a casa tranquilo, convencido de que había resuelto el problema.
“Listo, no más discusiones con el veterinario, ni miradas acusadoras de los vecinos”, se dijo a sí mismo.

Pero esa tranquilidad no duraría mucho.
La soledad de Dakota
Dakota quedó atada a un árbol, con los ojos grandes, húmedos y llenos de desconcierto.
Los días pasaban, el frío y el hambre la debilitaban, pero no dejaba de mirar en la dirección por donde Paul se había ido.
A veces ladraba, otras veces gemía, esperando que apareciera entre los árboles.
Cuando sus fuerzas casi la abandonaban, un acontecimiento inesperado cambió su destino.
Un niño con bicicleta, hijo de un guardabosques, escuchó su llanto.
— “¡Papá! ¡Ven rápido, hay un perro aquí!”
El guardabosques soltó la cadena, le dio agua y unos trozos de pan.
Dakota, aunque débil, movió la cola.
Sus ojos, cansados y tristes, finalmente mostraban un destello de esperanza.
Un nuevo hogar
La familia del guardabosques la llevó a casa.
Su esposa, al principio dudosa, pronto se dejó conquistar por la dulzura y gratitud del perro.
Los niños se convirtieron inmediatamente en amigos inseparables de ella.
Dakota, después de recuperar sus fuerzas, ya no era solo un perro — era guardián, amigo y consuelo para todos.
Se había acostumbrado a su nueva vida, pero en algún lugar de su corazón todavía llevaba la herida de la traición.
Cuando veía a hombres con semblante parecido al de Paul, se detenía, bajaba la cabeza y suspiraba.
El encuentro inesperado
Pasaron varios meses.
Una mañana, en el pueblo surgió agitación: Paul, en la taberna, se jactaba nuevamente de sus “negocios con perros”.
Un lugareño, al escuchar la historia, le dijo:
— “Tú tuviste una perra hermosa, ¿no? ¿Dakota? Sé que ahora está con el guardabosques. Vive y está mejor que nunca.”
Paul, rojo de ira, se dirigió al guardabosques para reclamarla.
— “¡Es mi perro!”, gritaba.
“¡La crié desde pequeña!”
Pero cuando Dakota lo vio, no corrió hacia él.
Al contrario, se retiró detrás de los niños y gruñó suavemente.
Era la primera vez que mostraba sus colmillos.
Paul quedó paralizado: reconoció que esa mirada ya no era la del perro que lo adoraba.
El guardabosques le dijo firmemente:
— “Un perro no miente, Paul.
Si aún fuera tuyo, iría hacia ti.
Pero mira bien: ella eligió.”
Paul, avergonzado y rodeado por las miradas de todos los habitantes del pueblo, se marchó sin decir una palabra.
Una dura lección
Desde entonces, nadie volvió a confiar en él.
Sus negocios con perros desaparecieron, y la gente del pueblo lo miraba con desprecio.
Dakota, sin embargo, continuó su vida tranquila, recompensando cada día con su lealtad a quienes la habían salvado.
Y tal vez aquí está toda la moraleja: un animal puede perdonar mucho, pero la verdadera traición lo cambia para siempre.
Paul no solo perdió un perro, sino el único ser que realmente lo había amado.
Final
En las largas noches de invierno, los hijos del guardabosques se reunían junto al fuego, y Dakota dormía a sus pies.
A veces, en sueños, gemía suavemente, como si reviviera los días en el bosque.
Pero cuando la mano cálida del niño tocaba su cuello, se calmaba de inmediato.
Finalmente había encontrado lo que merecía: una casa donde el amor no dependía del dinero, sino del corazón.